segunda-feira, 11 de fevereiro de 2013



La vida religiosa es una forma de vivir la vida cristiana y, por lo mismo, ante las exigencias de la renovación en un momento de caos y de transformación profunda en la humanidad necesita ser orientada por la palabra de Dios. Cada uno de los evangelios, con su peculiar enfoque teológico, pone de relieve una de las principales prioridades para la vida religiosa en el momento actual.

La centralidad de la persona de Cristo

Marcos parte de la exigencia del seguimiento del Jesús histórico para centrar su atención en el seguimiento del Jesús post-pascual: una posibilidad que se ofrece al hombre de todos los tiempos y que realiza todo el que abraza la causa de Jesús y del Evangelio. Tema recurrente explícita o implícitamente en las conferencias y en los grupos temáticos del Congreso Internacional sobre la vida consagrada, celebrado en 2004, fue el de la especial centralidad de Cristo en la vida consagrada. Ésta tiene sentido sólo si se vive en comunión con Él. El grupo que reflexionó sobre el tema de la sed de Dios y de la búsqueda de sentido, después de afirmar que la vida consagrada está construida sobre tres columnas: la experiencia de Dios, la vida comunitaria y la misión subrayó fuertemente que en la base de estos tres elementos está “Cristo como nuestra roca”. Por eso, todos los esfuerzos de fidelidad creativa y de refundación deben partir de una identidad que hunda sus raíces en la experiencia de Jesucristo: origen y meta de la vida consagrada. Debe ser una experiencia que fascine y que invite a la conversión continua. En Jesús, camino, verdad y vida descubrimos el verdadero rostro de Dios Padre-Madre que nos ama y nos ha dado una responsabilidad y por medio del Espíritu un carisma y una misión. Él es el único absoluto. Por otra parte, la convicción de que Jesús está en medio de nosotros siempre da alegría, esperanza, audacia y capacidad para abandonar estructuras caducas y obsoletas. Para crecer en el conocimiento experiencial de Jesús se deberá continuar viviendo el acercamiento cotidiano a la palabra de Dios para integrarla en la vida personal y fraterna. La práctica comunitaria de la lectio divina está llamada a transformar el estilo de vida y el ejercicio del ministerio de las personas consagradas. Hay que hacer de la eucaristía el lugar privilegiado para la escucha de la Palabra y para el contacto personal con Cristo presente en ella.

Vivir una espiritualidad encarnada, vital y fraterna

Juan nos enseña a vivir una espiritualidad que unifique la vida religiosa; a ver todo desde la perspectiva de la fe para pasar del ver al conocer y de éste al saber, es decir a descubrir en todo a Dios, a contemplarlo en los demás y a buscar su voluntad en los acontecimientos. Se trata de una espiritualidad encarnada en la realidad, inculturada; una espiritualidad que sea vida en el Espíritu, que abarque todo. Donde la acción también sea parte de la espiritualidad. Una espiritualidad, como dice la reflexión-síntesis del Congreso Internacional sobre la vida consagrada, celebrado en Roma en 2004, nutrida o alimentada por la palabra de Dios, por la eucaristía y por la oración. “Una nueva espiritualidad que integre lo espiritual y lo corporal, lo femenino y lo masculino, lo personal y lo comunitario, lo natural y lo cultural, lo temporal y lo escatológico, lo intercongregacional e intergeneracional y nos acompañe en todo lo que vivimos y hacemos”. En esta espiritualidad cada instituto tiene que permanecer unido a sus orígenes porque allí está la raíz de donde vienen los matices propios de las diversas espiritualidades. Esta se debe vivir en contacto con la realidad, en apertura a la conversión, y con la exigencia de la radicalidad.

Si buscamos la raíz última y la fuente de la vocación de nuestros fundadores y fundadoras nos encontraremos que no es otra que una profunda experiencia de Dios. Sin ella no se entiende su papel carismático y profético en la Iglesia.
Como ellos, hay que estar enraizados en la experiencia del Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Dios de las bienaventuranzas, que hace salir el sol sobre buenos y malos y hace llover sobre justos e injustos (Mt 5, 45); que ama a los ingratos y malos (Lc 6, 35). El Padre cuyos caminos no son nuestros caminos (cf. Is 55, 8-9), que nos quiere transformar en hijos suyos, en hermanos de los demás y que hace colaborar todo para nuestro bien (cf. Rm 8, 28). Ese Dios que continúa revelándose en la realidad en la que está presente. Cuyo rostro aparece también en las situaciones de conflicto, en los problemas sociales, en los desafíos de un mundo secularizado, en los signos de los tiempos y de los lugares.

Con una experiencia de Dios en contacto con la realidad las personas consagradas podrán ir descubriendo su rostro revelado en Cristo y nos haciéndose cada vez más capaces de testimoniar proféticamente esa experiencia radical. Al vivir la oración como escucha de Dios para después comprometerse con los hermanos, se encontrará en ella, como actitud de vida, una fuerza que genera disponibilidad para afrontar los caminos imprevisibles del Espíritu.

Vivir la dimensión profética de la vida cristiana

Lucas, el evangelista de los pobres y marginados, de la misericordia nos orienta en la opción preferencial por los pobres para ser para ellos proféticamente una señal del amor misericordioso del Padre. La vida consagrada no tiene el monopolio del profetismo. Pero su estilo de vida lo lleva a subrayarlo. La consagración religiosa ya es en sí misma profecía porque testimonia valores evangélicos que van contra corriente en la sociedad. Las personas consagradas están llamadas a vivir la dimensión profética en el anuncio y la denuncia al servicio de los pobres y de los abandonados, de las víctimas de la violencia y de la injusticia, de los nuevos pobres, de la defensa de los derechos humanos, de la promoción de las personas. Para ello hay que ir al desierto, a la periferia y a la frontera, no entendidas como lugares materiales sino como situaciones límite. A partir de una opción preferencial por los pobres, la vida consagrada debe hacerse presente en el desierto donde no hay nadie, donde la gente no quiere ir; en la periferia donde se experimenta la pobreza, la impotencia, donde se comparten las necesidades de las personas, y en las fronteras que son los caminos nuevos donde se corren riesgos. Este servicio profético debe partir de la opción preferencial por los pobres, y por eso, en las urgencias pastorales de la vida consagrada en el tercer milenio, tienen que estar las personas excluidas como destinatarios privilegiados de la evangelización.

Este compromiso con el profetismo ayuda a hacer la experiencia de un Dios liberador y a enfrentar los desafíos de la liberación y de la globalización. Se trata de un profetismo del pequeño resto: el fermento escondido en la masa de un mundo secularizado. Como grupo profético la vida consagrada debe dar una respuesta de espiritualidad a la búsqueda de lo sagrado y a la nostalgia de Dios están llamadas a hacer visible los valores del evangelio en el compromiso con los pobres y con la justicia; participando en los movimientos que trabajan por la paz y por la defensa de los derechos humanos. Es un profetismo que se hace presente en los puestos de vanguardia evangelizadora al servicio de los marginados para testimoniar el proyecto de Dios y denunciar todo lo que se opone a él.

Se percibe ya en la vida consagrada una mayor radicalidad y creatividad para llevar adelante un estilo de vida más sencillo y para la inserción entre los medios marginados con acciones de solidaridad y nuevos servicios comprometidos con la defensa y promoción de la justicia, la paz y la integridad de la creación. En el servicio a los excluidos no se pretende ser voz de los sin voz sino colaborar para que su voz sea escuchada. No se puede dejar de usar los medios de comunicación en forma creativa para la transmisión de la Buena Noticia en el mundo contemporáneo en una colaboración intercongregacional y con los laicos.

De manera particular, los fundadores y fundadoras experimentaron la presencia cuestionadora de Cristo en el ser humano, especialmente en los más pobres (cf. Mt 25, 31­46). Los pobres reflejan −cualquiera que sea su situación moral o personal− el rostro humano y sufriente de Jesús y recuerdan sus opciones y predilecciones sacudiendo posibles ilusiones y compromisos. Por eso la presencia de Jesús en los pobres evangeliza a los evangelizadores y los capacita para un testimonio profético desde la esencia del Evangelio, que se resume en el amor eficaz a Dios y al hermano
En la línea de los profetas bíblicos, los religiosos y religiosas están llamados a profundizar en la experiencia de Dios, hasta que Él sea una persona viva con la que se relacionan íntimamente. Esto ayuda a descubrir los planes de Dios en la historia y a leer en los acontecimientos su mensaje interpelador. Entonces aparecerá como el Dios de misericordia y de fidelidad que pide del hombre una respuesta de devoción amorosa y fiel hacia Él y de amor y bondad hacia los semejantes, expresados también radicalmente en la práctica de la justicia y del derecho (cf. Jer 9, 22-23).

El testimonio profético de la comunidad religiosa

Mateo nos recuerda la dimensión comunitaria de los creyentes en Cristo. Señal evidente de la nueva vida en Cristo es la fraternidad. Los fundadores y fundadorassubrayaron siempre su importancia para vivir la dimensión mística y profética de la vida consagrada. Ella pone de relieve el poder reconciliador de Jesús, que reúne en una nueva familia en su nombre. El aspecto fraterno de la vida consagrada se ha vuelto a subrayar a partir del Concilio. En esta vivencia de la fraternidad radica uno de los principales testimonios de la vida consagrada: ella hace presente el Reino predicado por Jesucristo y pone de relieve el poder reconciliador del Espíritu de Jesús, que reúne a todos en una nueva familia.

El celibato, el compartir los bienes, el discernimiento comunitario de los caminos de Dios, el compromiso con la misión, se viven en y desde una comunidad que, incluso, tiene un hábitat común y una organización que ayuda a superar el individualismo. La apertura a comunidades más amplias, como la provincial o la general, dilatan el horizonte comunitario. El contacto con otras comunidades eclesiales ayuda a descubrir su propia identidad. El papel del coordinador, en una comunidad de vida, es el de ser animador y constructor de una fraternidad que permita pasar de la vida en común a la vida en comunión.

Se requiere que las comunidades tengan un estilo de vida más simple y que, al mismo tiempo, estén cercanas al pueblo para que su testimonio se purifique y se haga inteligible. Junto con la sencillez y cercanía en relación con el pueblo, la comunidad religiosa necesita vivir relaciones más profundas entre sus miembros y una caridad realista y concreta que, en un mundo de egoísmo, injusticia y odio, anuncien la presencia y la acción de Dios que reconcilia y fraterniza y denuncien las divisiones y opresiones. Al renovar cotidianamente, en medio de las inevitables y necesarias dificultades de la vida fraterna, el ideal de comunión de amor, la comunidad religiosa ofrecerá un testimonio profético y dará razón de su esperanza, señalando a los demás la meta a la que Dios nos llama en Cristo. Este fue el ideal vivido y exigido por los fundadores y fundadoras.


CONCLUSIÓN


La “pasión por Cristo y la pasión por la humanidad” que son la razón de ser de la vida consagrada se viven en un momento de transición y de cambio. El congreso de 2004 habló de varias maneras de la invitación del Espíritu para que nos volvamos al Señor con humildad porque Él es el único absoluto (Dt 6,4). Eso nos llevará a la fidelidad creativa y a saber desapegarnos de lo que es fruto de una época y de una cultura, para centrarnos en lo fundamental hacia donde apuntan los nuevos rasgos de la vida religiosa. De aquí la necesidad de una formación espiritual y teológica, además de formación humana y profesional. Se subrayó también que cada Instituto tiene que permanecer unido a sus orígenes porque allí está la raíz de donde vienen los matices propios de cada carisma y espiritualidad. Estos se deben vivir en contacto con la realidad, en apertura a la conversión, y con la exigencia de la radicalidad. Hay que estar disponibles para aceptar los caminos del Espíritu con la certeza que da la esperanza, que se apoya en la bondad y en la fidelidad del Dios de la esperanza (Rom 15,13).

El Papa Juan Pablo II, en el discurso a los participantes en el Congreso Internacional de Vida Consagrada, el 27 de noviembre de 1993, invitaba a imitar la creatividad de los fundadores con una fidelidad madura que tenga en cuenta las interpelaciones de los signos de los tiempos: “Los fundadores han sabido encamar en su tiempo con coraje ysantidad el mensaje evangélico. Es necesario que, fieles al soplo del Espíritu, sus hijos espirituales continúen en el tiempo este testimonio, imitando su creatividad con una madura fidelidad al carisma de los orígenes, en constante escucha de las exigencias del momento presente” .